No dimos crédito cuando, hace unas semanas, alguien nos dijo que el artista de La Puebla iba a ser partícipe de un akelarre que montaba una pandilla de reventadores autotitulada como “la afición”, siempre a mayor gloria de sus grotescas, aberrantes y disparatadas teorías tauro-fantasticas. Consumado el hecho, según parece, nuestra incredulidad se ha convertido en pena, repulsa y vergüenza ajena.
No nos imaginamos ni por asomo a un Luis Miguel, un Ordóñez, un Camino, un Paquirri, un Manzanares, un Espartaco, o un Ojeda acudiendo en plan “buen rollito” a la guarida de los tipejos que sistemáticamente se dedicaran desde el resguardo de un tendido a difamar, burlarse, despreciar, ridiculizar y agredir a los toreros mientras se juegan la vida en el ruedo. Y también antes y después, en tertulias basura y programuchos donde les den voz y, por supuesto, en la letrina infecta de las llamadas “redes sociales”.
Resultaba inconcebible e inaudito que un profesional como Morante se prestase a blanquear con su presencia algo así. Por respeto a sí mismo. Por respeto a tantos de sus compañeros, que sufren y han sufrido años y años la inquina y el acoso de estos pájaros, algunos incluso habiendo recibido graves cornadas en medio de los alaridos infames. Por respeto a la tauromaquia, a la que ha hecho un daño irreparable toda la bazofia injuriosa y falsaria que vierten estos elementos y sus cómplices, empezando por los trincones mediáticos que los crearon en los años 70. Ellos son los causantes del desprestigio y debilidad extrema que hoy padece el toreo, aparte de haber convertido una plaza capital en la primera plaza de carros del mundo.
Pero a la mancha que supone el simple hecho de arrimarse (metafóricamente) a un estercolero, se ha sumado algo aún peor: envolviéndose en una palabrería supuestamente crítica, dicen que acabó haciéndoles la ola en plan colega. Exactamente se ha hablado del mismo calificativo tópico, usado siempre por los puritanos y santones que protegen a esta pandilla desde hace décadas. Cuando usas la terminología del enemigo, malo. Pensábamos que Morante era un tipo de otra pasta y con otros principios, esos que públicamente se jacta en defender. Y ahora resulta, si lo que se ha comentado es verdad, que se revuelca en el barrizal con la peor calaña del antitaurinismo: la que pone dinamita desde dentro.
Al propio episodio, se añade el tratamiento que le han dado los masajistas de “final feliz” que pululan por los portales taurinos de Internet, aunque esto sí que no nos ha sorprendido. Como ahora han recibido la consigna de la “unidad”, de la “buena armonía” por decreto, y dado su servilismo absoluto hacia los empresarios y políticos de cuyas migajas sobreviven, han actualizado el relato de que los reventadores son “idealistas”, quizás equivocados, pero sin duda “necesarios” y parte “respetable” del Sistema. Por eso nació, creció y se mantiene este cáncer, que hace mucho debió erradicarse: porque interesa a los que mandan, o ceden a su chantaje matonesco. Es clavado a lo que pasa a nivel político general con los medios aún llamados “informativos”.
Vamos a ahorrar adjetivos más gruesos. Nosotros sí, por respeto al lector y a este torero, aunque él haya tenido poco o ninguno hacia otros, empezando por los suyos. Nunca lo esperábamos. De puertas a fuera del ruedo, con esto ha demostrado ser un personaje como mínimo carente de credibilidad.
Ya entendemos mejor el empecinamiento en la moruchada del Puerto. También nos va encajando lo que nos contaron sobre un conocido caradura, pedante engolado, enfermo del protagonismo y plagiador nato (además de amigo de los reventadores, casualmente) al que parece que Morante tiene como “consejero aúlico”. ¡Apaga y vámonos!